Miré a Marta con una media sonrisa para demostrarle que estaba escuchando.
-¿Harta de qué? -pregunté.
-Harta de no tener a dónde agarrarme. Harta de ser la única que se preocupa de sí misma.
-Ey, yo me preocupo por tí -interrumpí.
-Ya, pero hasta cierto punto.
Se detuvo para dar un largo trago de cerveza. Yo cogí la mía, pero no llegué a beber. Se había quedado caliente en la jarra.
-Lo que me estás diciendo -dije, aprovechando su silencio - es que quieres echar un polvo.
Supe que me arrepentiría de mis palabras cuando ví sus ojos por encima del borde del vaso.

-¡No! -gritó. Medio bar se giró hacia nosotras - ¡No frivolices lo que siento!
-Vale, vale, perdona.
-Estoy cansada de que hoy en día todo se limite a follar. Para empezar, no me siento moralmente capaz de acostarme con alguien con quien no comparta un mínimo de intereses intelectuales comunes. Y eso, amiga mía, es lo que no consigo encontrar.
-Entiendo.
-Menos mal -dijo, alzando la ceja.
-Pero no será porque no hayas conocido a gente, ¿verdad? Estaba X, el de los... nada despreciables atributos.
-¿El de la polla enorme? -a alguien de la mesa de al lado se le cayó un vaso.
-Ese -dije, aguantando la risa.
-También tenía un ego enorme.
-¿Así que todo iba proporcionado?
-No. Tenía el cerebro del tamaño de un guisante.
-¿En serio?
-Cada vez que pensaba, sonaba eco en su cráneo.
Estallé en carcajadas.
-¿Y qué me dices de W? -insistí.
-Otro estúpido. No es que no tuviera conocimientos almacenados, es que le faltaba la inteligencia suficiente para organizarlos y expresarlos en el momento adecuado. Cuando hablaba, parecía que te estaba leyendo la enciclopedia por la página equivocada.
Pedí otra caña. Dí un sorbo a la cerveza helada, cavilando.
-Había un chico en la universidad que te miraba mucho. ¿No has hablado nunca con él? El del pelo rubio, creo que era holandés.
-Ah, K. Se sentía tan intimidado por mi arrolladora personalidad que sus testículos retrocedían después de hablar conmigo cinco minutos. En serio, empecé a preguntarme si no era yo más hombre que él.
-Ah, es verdad, creo que ahora prefiere que le llamen Bárbara.
Por fin, conseguí que sonriera. Bebimos en silencio, dejándonos acariciar por el sol de la tarde.
-Bueno, ¿y qué me dices de tí? -me preguntó.
-Yo me mantengo a la expectativa -respondí - Esperaré hasta que el mar me moje los pies.
-Y una mierda.
La miré, perpleja.
-Sigues esperando que ese imbécil reaccione. ¿Hasta cuando vas a seguir dando lo mejor de tí misma a alguien que, sencillamente, no se lo merece?
Fruncí el ceño. No me gustaba por donde iba la conversación. Marta siguió hablando.

-Lo que tú y yo buscamos es lo mismo: una relación adulta, una pareja que sea nuestro alter ego, que tenga la suficiente madurez como para no caer siempre en el puto tema sexual. Queremos sentir que se nos aprecia como mujeres. Y punto.
El silencio dejó de ser agradable.
-Me parece -dije - que nuestros problemas no son nada comparados con los de otras personas.
-Mira, guapa, en un mundo en el que se derriten los polos, se extinguen especies y la mayor parte de la población se muere de hambre y enfermedades, lo último que podemos negarnos es el amor. Sin él, no seríamos nada.
La camarera interrumpió mi respuesta, y después de que se hubo ido, no me quedaban fuerzas para retomar la conversación.
-Yo también estoy harta.