miércoles, 26 de marzo de 2008

La Casa de las Cinco Pruebas -5-

La hierba le picaba en el tierno hueco de la corva. Podía sentir a los animalitos diminutos correteando bajo la tela de su vestido, todas esas patitas caminando absortos en su ajetreado paseo bajo la muselina.
Úrsula abrió los ojos, batiendo perezosamente las pestañas. Había tal cantidad de extensión azul purpúreo sobre ella que le parecía llevar una venda sobre los ojos. El cielo se alzaba sin interrupción, cubriéndola completamente. Asustada por la falsa ceguera, alzó las manos morenas, espiando entre los dedos los jirones de nubes que empezaban a serpentear por la bóveda celeste.
Un viento púber de marzo cambió en cinco minutos el paisaje, volviéndolo gris al cubrirlo con las masas nubosas robadas a la montaña.
-"El aire agita mi falda al son/de las risas de marzo/ su voz de niño despeina así/ a ancianas y muchachos..." -canturreó.
Había decidido no ir a la biblioteca. No hasta mañana, por lo menos. Aprovecharía los pocos jirones de sol que el tiempo quisiera regalarle, y después volvería a casa, para preparar una cena copiosa y quizá unos dulces. No había nada malo en querer pasar un día tranquilo, lejos de los sucesos paranormales de la biblioteca, lejos de la magia poco fiable y las habitaciones vivas.
No se lo creía ni ella. Si no iba al edificio era porque la frustración por no poderse enfrentar a los espectros del vestíbulo era más fuerte que sus deseos. Ni siquiera podía confiar en los documentos de Juhanni. ¿Qué había hecho él, sino ser un mero espectador tembloroso? Ni siquiera había querido entrar a las demás salas de la biblioteca. Tan sólo había investigado su negro secreto, oteándo la puerta desde la cabaña que había pertenecido al jardinero.
Úrsula se levantó, azotando la falda de muselina gris para desprenderse de las briznas de hierba y los insectos. El aire travieso la molestaba, enfriaba sus hombros descubiertos y le daba dolor de cabeza. La grandes solapas de su abrigo rojo le golpeaban el rostro mientras caminaba hacia casa, enrojeciendo sus mejillas hasta que parecieron manzanas.
-"Mueve, viento, con tu aliento, las hojas secas, la tierna flor/ mueve el vestido de esa zagala que con su rostro roba mi amor"
La canción se perdió entre las copas de los árboles. La misma brisa a quien hacía mención se encargó de llevar sus notas un poco más al oeste.
La biblioteca absorvió la canción de Úrsula, estremeciéndose entera. Si alguien hubiera estado allí para verlo, hubiera jurado que el edificio blanco y fantasmal había suspirado.

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