martes, 31 de marzo de 2009

Terry Pratchett Week #3

"[...] En la cima de la montaña, el aquelarre se había calmado un poco.
Los pintores y los escritores siempre han tenido un concepto un tanto exagerado de lo que sucede en un aquelarre de brujas. Eso les sucede por pasarse demasiado tiempo en habitaciones pequeñas, con las cortinas corridas, en vez de salir a tomar aire fresco, que es más sano.
Por ejemplo, está lo de bailar desnudas. En un típico clima templado hay muy pocas noches en las que alguien pueda tener ganas de salir a bailar a medianoche sin ropa, por no mencionar ya los guijarros, los cardos y los puercoespines repentinos.
Luego, está toda la cuestión de los dioses con cabeza de cabra. La mayor parte de las brujas no creen en los dioses. Saben que los dioses existen, claro. Incluso tienen tratos con ellos de cuando en cuando. Pero no creen en los dioses. Los conocen demasiado bien. Sería como creer en el cartero.
Y en cuanto a la comida y la bebida, los trocitos de reptil y todo eso... la verdad es que las brujas no son partidarias de esas cosas. Lo peor que se puede decir de las brujas, sobre todo de las más ancianas, es que les suelen gustar los bizcochos de jengibre, y que los mojan en un té con tanto azúcar que la cucharilla no se mueve. Y si se encuentran con que está demasiado caliente, se lo beben del plato. Además, lo hacen con un acompañamiento de ruiditos de aprobación, que uno imaginaría que provienen de una cañería barata. Quizá al fin y al cabo sean mejores las ancas de rana. [...]"

Terry Pratchett, Brujas de Viaje, 1991


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