miércoles, 2 de enero de 2008

Nieve, Cristal, Manzanas (segunda parte)

Bueno, al fin, el desenlace de esta siniestra historia.

Snow, Glass, Apples by Neil Gaiman

[...]

Una mujer estúpida habría ido entonces al bosque e intentado capturar a la criatura; pero ya había sido estúpida una vez, y no tenía ningún deseo de serlo una segunda.
Pasé un tiempo leyendo libros, ya que podía leer un poco. Pasé un tiempo con las gitanas (que viajaron a través de nuestro país cruzando las montañas hacía el Sur, prefiriéndolo a surcar el bosque hacia el Norte y el Oeste).
Me preparé, y obtuve aquello que necesitaría, y cuando las primeras nieves comenzaron a caer, estaba lista.
Desnuda, estaba, y sola en la torre más alta del palacio, un lugar abierto al cielo. Los vientos erizaban mi cuerpo, escalofríos recorrían mis brazos, muslos y senos. Llevé una jofaina de plata y una cesta en la que había metido un cuchillo de plata, un alfiler del mismo material, unas pinzas, una túnica gris y tres manzanas verdes.
Las dejé en el suelo y permanecí allí, desvestida, en la torre, humilde frente a la noche y el viento. Si algún hombre me hubiera visto allí, hubiera mandado arrancar sus ojos, pero no había nadie espiando. Las nubes se desplazaron por el cielo, cubriendo y descubriendo la luna menguante.
Tomé el cuchillo de plata y me corté en el brazo izquierdo –una, dos, tres veces. La sangre goteó dentro del cántaro, su color escarlata pareciendo negro a la luz de la luna.
Añadí los polvos del frasco que colgaba alrededor de mi cuello. Era un polvo marrón, hecho de hierbas y la piel de un sapo en particular, y de ciertas otras cosas. Espesé la sangre, evitando que se cuajara.
Tomé las tres manzanas, una por una, y pinché gentilmente sus pieles con el alfiler de plata. Entonces las coloqué en el bol de plata, y las dejé asentarse ahí mientras los primeros pequeños copos del año comenzaban a caer sobre mi piel, sobre las manzanas y sobre la sangre.
Cuando el crepúsculo comenzó a iluminar el cielo, me cubrí con la túnica gris y cogí las manzanas rojas del cántaro una por una, alzándolas hasta mi cesta con las pinzas de plata, cuidándome de tocarlas. No había quedado ni rastro de mi sangre, ni del polvo marrón en el fondo del bol, salvo un residuo negruzco, como verdigris, en el interior.
Enterré la vasija en la tierra. Entonces, lancé un hechizo a las manzanas (tal y como, años atrás, junto al puente, lo había lanzado sobre mí misma): que eran, sin ninguna duda, las manzanas más maravillosas del mundo, y que el rubor carmesí de sus pieles era del color cálido de la sangre fresca.
Me puse la capucha de la capa tapándome la cara, y cogí lazos y bonitos adornos para el pelo, colocándolos sobre las manzanas en mi cesta de mimbre, y me adentré sola en el bosque, hasta que llegué a su morada: un alto acantilado de piedra arenisca, atravesado por profundas cuevas que llevaban mucho tiempo en la pared de piedra.
Había árboles y rocas alrededor de la fachada del acantilado, y caminé silenciosa y cuidadosamente de árbol en árbol, sin alterar ni una rama, ni una hoja. Finalmente, encontré un lugar para esconderme, y esperé, y observé.
Unas horas después un grupo de enanos se arrastraron fuera de la entrada de una cueva –unos hombrecitos feos, deformes y peludos, los antiguos habitantes de este país. Rara vez los ves hoy en día.
Se desvanecieron entre los árboles, y ninguno de ellos se fijó en mí, a pesar de que uno se detuvo a orinar en la roca tras la cual me escondía.
Esperé. Nadie más salió.
Fui a la entrada de la cueva y llamé, con una voz cascada y vieja.
La cicatriz en mi Montículo de Venus palpitó y latió cuando vino hacia mí, saliendo de la oscuridad, desnuda y sola.
Tenía trece años de edad, mi hijastra, y nada estropeaba la blancura perfecta de su piel, salvo la pálida cicatriz de si pecho izquierdo, de donde su corazón había sido arrancado tiempo atrás.
El interior de sus muslos estaba manchado con porquería húmeda y negra.
Me contempló fijamente, oculta como estaba con mi capa. Me miró hambrientamente.
"-Lazos, señora" –grazné – "Lazos para su pelo…"
Sonrió y me hizo una seña para que me acercara. Sentí un tirón: la cicatriz de mi pulgar me estaba empujando hacia ella. Hice lo que ya había pensado hacer, pero más rápidamente: dejé caer mi cesta y chillé como la vieja buhonera reseca que fingía ser; y corrí.
Mi capa gris era del color del bosque, y yo era rápida. No me atrapó.
Caminé de regreso al palacio.
No lo ví lo que ocurrió. Imaginémoslo, de todas formas, la chica regresando, frustrada y hambrienta, a la cueva, encontrando mi cesta tirada en el suelo.
¿Qué hizo?
Me gusta pensar que primero jugueteó con los lazos, enrollándolos en su pelo como el ala de un cuervo, rodeando su cuello pálido o sus pequeñas muñecas.
Y entonces, curiosa, movió la tela para ver qué más había en la cesta; y vio las rojas, rojas manzanas.
Olían a manzanas frescas, por supuesto, y también olían a sangre. Y ella tenía hambre. La imagino cogiendo una manzana, presionándola contra su mejilla, sintiendo su fría suavidad en la piel.
Y abrió la boca y dio un buen mordisco.
Para cuando alcancé mis habitaciones, el corazón que colgaba de la viga del techo, con las manzanas y jamones y salchichas secas, había dejado de latir. Colgaba allí, silenciosamente, sin movimiento ni vida, y me sentí a salvo una vez más.
Ese invierno las nieves fueron altas y profundas, y tardaron en derretirse. Todos estábamos hambrientos cuando llegó la primavera.
El Festival de Primavera había mejorado un poco ese año. La gente del bosque era poca, pero estaban allí y había viajeros de las tierras más allá del bosque.
Ví a los hombrecitos peludos de la cueva del bosque comprando y negociando con piezas de cristal, trozos de vidrio y cuarzo. Pagaron por ello con monedas de plata –las ganancias de las depredaciones de mi hijastra, sin duda - . Cuando quedó claro qué era lo que andaban buscando, los ciudadanos corrieron a sus casas y volvieron con sus amuletos de vidrio, y en algunos casos, con láminas enteras de cristal.
Pensé brevemente en mandarlos ejecutar, pero no lo hice. Mientras el corazón colgase, silencioso, inmóvil y frío, de la viga de mi cámara, estaba a salvo, así como la gente del bosque y, finalmente, la gente de la ciudad.
Mis veinticinco años llegaron, y mi hijastra se había comido la fruta envenenada hacía dos inviernos, cuando el Príncipe vino a mi palacio. Era alto, muy alto, con fríos ojos verdes y la piel morena de aquellos de más allá de las montañas.
Cabalgaba junto a un pequeño cortejo: lo bastante grande como para defenderle, y lo bastante pequeño como para que otros monarcas –como yo misma – no le vieran como una amenaza potencial.
Fui práctica. Pensé en la alianza de nuestras tierras, en el reino extendiéndose desde los bosques por todo el territorio hacía el sur hasta el mar; pensé en mi barbado amor de cabello dorado, muerto durante esos ocho años y, en la noche, fui a la habitación del Príncipe.
No soy inocente, aunque mi anterior marido, quien una vez fue mi rey, fue de verdad mi primer amante, no importa lo que ellos digan.
Al principio el príncipe parecía excitado. Me pidió que me quitara mi camisola, y me hizo permanecer de pie frente a la ventana abierta, lejos del fuego, hasta que mi piel estuvo helada y fría como la piedra. Entonces me pidió que yaciera sobre mi espalda, con las manos cruzadas sobre mi pecho, los ojos muy abiertos –pero fijos sólo en las vigas del techo -. Me dijo que no me moviera, y que respirara lo menos posible. Me imploró que no dijera nada. Me separó las piernas.
Fue entonces cuando entró en mí.
Según empezó a empujar dentro de mí, sentí mis caderas alzarse, sentí como empezaba a moverme pareja a él, roce por roce, embate por embate. Gemí. No pude evitarlo.
Su masculinidad se deslizó fuera de mí. La alcancé y la toqué, una cosita resbaladiza.
"-Por favor –dijo, suavemente – No debes moverte o hablar. Sólo yace aquí, sobre las piedras, tan fría y hermosa"
Lo intenté, pero había perdido cualquier fuerza que le hubiera dado vigor antes; y, poco tiempo después, abandoné la habitación del Príncipe, sus maldiciones y llantos resonando todavía en mis oídos.
Se marchó temprano a la mañana siguiente, con todos sus hombres, y cabalgaron adentrándose en el bosque.
Imagino sus intimidades ahora, mientras cabalga, un nudo de frustración en la base de su masculinidad. Imagino sus pálidos labios tan fuertemente apretados. Entonces imagino su pequeña troupe cabalgando a través del bosque, finalmente llegando al monumento de cristal y vidrio de mi hijastra. Tan pálida. Tan fría. Desnuda, tras el cristal, poco más que una niña, y muerta.
En mi fantasía puedo casi sentir la repentina dureza de su virilidad dentro de sus calzones, imagino el deseo que se apoderó de él entonces, las plegarias que murmuró dando gracias por su buena fortuna. Le imagino negociando con los hombrecitos peludos – ofreciéndoles oro y especias por el adorable cadáver bajo el monumento de vidrio -.
¿Tomarían su oro gustosamente? ¿O alzaron la mirada para contemplar a sus hombres a caballo, con sus afiladas lanzas y sus espadas, dándose cuenta de que no tenían alternativa?
No lo sé. No estaba allí; no estaba contemplándolo con una bola de cristal. Sólo puedo imaginar…
Manos, apartando los trozos de cuarzo y cristal de su frío cuerpo. Manos, acariciando amablemente su fría mejilla, moviendo su frío brazo, regocijándose al encontrar el cadáver todavía fresco y maleable.
¿La tomó allí, delante de todos? ¿O hizo que la llevaran a un rincón apartado antes de montarla?
No puedo decirlo.
¿Sacó la manzana de su garganta? ¿O acaso sus ojos se abrieron lentamente mientras él martilleaba dentro de su frío cuerpo; acaso su boca se abrió, esos rojos labios se separaron, esos afilados dientes amarillos se cerraron sobre su cuello bronceado, mientras la sangre, que es la vida, fluía por su garganta arrastrando consigo el trozo de manzana, mi sangre, mi veneno?
Me lo imagino; no lo sé.
Esto es lo que sé: fui despertada en mitad de la noche por su corazón latiendo y palpitando una vez más. Sangre salada goteó sobre mi cara desde lo alto. Me senté. Mi mano ardió y palpitó como si me hubiera golpeado la base del pulgar con una roca.
Sonaba un martilleo en la puerta. Sentí pánico, pero soy una reina, y no puedo mostrar miedo. Abrí la puerta.
Primero, sus hombres entraron en mi cámara, y permanecieron a mi alrededor, con sus afiladas espadas y sus largas lanzas.
Entonces entró él; y me escupió en la cara.
Finalmente, ella entró en mi habitación, al igual que cuando me habían hecho reina, siendo la princesa una niña de seis años. No había cambiado. De verdad que no.
Bajó el bramante del cual colgaba su corazón. Quitó las bayas de serbal secas, una por una, sacó el ajo –ahora una cosita reseca, después de todos esos años -; entonces cogió su propio, palpitante corazón –una cosa pequeña, no más grande que el de una cabra o una osa – mientras impulsaba la sangre, llenando su mano.
Sus uñas deben haber sido tan afiladas como el cristal: se abrió el pecho con ellas, recorriendo la cicatriz purpúrea. Su torso se abrió, repentinamente, hueco y sin sangre. Lamió su corazón una vez, mientras la sangre corría por sus manos, y lo empujó profundamente dentro de su pecho.
La ví hacerlo. La ví cerrando de nuevo su carne. Vi la cicatriz púrpura empezando a desvanecerse.
Su príncipe pareció brevemente preocupado, pero, no obstante, puso un brazo alrededor de sus hombros, y permanecieron de pie, el uno junto al otro, y esperaron.
Y ella permaneció fría, y la floración de la muerte permaneció en sus labios, y el deseo de él no había disminuido de ningún modo.
Me dijeron que se casarían, y que los reinos serían ciertamente unidos. Me dijeron que estaría con ellos el día de su boda.
Empieza a hacer calor aquí.
Han dicho a la gente cosas malas sobre mí; un poco de verdad para añadir sabor al guiso, pero mezclada con muchas mentiras.
Fui atada y encerrada en una pequeña celda de piedra, bajo el palacio, y permanecí allí durante el otoño. Hoy me han sacado de la celda, me han quitado mis harapos y lavado la suciedad de mi cuerpo, y después me han afeitado la cabeza y el vello púbico, y han frotado mi piel con grasa de ganso.
La nieve caía mientras me cargaban – dos hombres de cada mano, dos hombres de cada pierna – completamente expuesta y helada, a través de la multitud de mediados de invierno; y me trajeron a este horno.
Mi hijastra permanecía allí con su príncipe. Me contempló, en mi humillación, pero no dijo nada.
Mientras me metían dentro, gritando y burlándose, vi un copo de nieve posado en su mejilla, permaneciendo allí sin derretirse.
Cerraron la puerta del horno detrás de mí. Empieza a hacer calor aquí, y fuera están cantando, y dando vítores, y golpeando los lados del horno.
Ella no se estaba riendo, o mofando, o hablando. No se burló de mí, ni se apartó. Me miró, no obstante; y, por un momento, me vi reflejada en sus ojos.
No gritaré. No les daré esa satisfacción. Tendrán mi cuerpo, pero mi alma y mi historia son sólo mías, y morirán conmigo.
La grasa de ganso empieza a derretirse y brillar sobre mi piel. No pienso emitir un sonido. No pensaré más en esto.
Pensaré, en su lugar, en el copo de nieve sobre su mejilla.
Pienso en su pelo, negro como el carbón, sus labios rojos como la sangre, su piel, blanca como la nieve.

Bueno, ¿qué opináis? Para quien me quiera betear la traducción, aquí está el enlace de la historia original




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya me habías contado la historia, pero eso no hace que me impresione una vez más el leerla. Desde luego, es un punto de vista interesante, pero, la verdad, no me esperaba un final tan siniestro. Se me han puesto los pelos de punta. Ahora que, la explicación del amor a primera vista del príncipe es un tanto...¿escalofriante? Con esto termina de rematar la historia y hacerla completamente diferente; aunque, por otro lado, es la única explicación posible para que el príncipe se quede con ella.

Todo un hallazgo esta historia, desde luego.

Ana

Findûriel dijo...

wooooooooooooooooooooooooooow
sólo eso. cualquier otra cosa desmerecería el texto.
decididamente, una lectura para estelcon...

Anónimo dijo...

muchisisisisimas gracias por este adorable relato! =)
me encanta Neil Gaiman, y ansiaba leer nieve,cristal, manzanas.
Te lo agradezco mucho,nuevamente!
y me despido, ciao!
cuidate ^^

Ina