(...) mis bragas estaban mojadas y los Rolling Stones redimieron al hombre blanco para siempre. No es de extrañar que el Dios cristiano prohibiese ese tipo de imágenes.
(Patti Smith, 'La ascensión de los monstruos sagrados')
Primero vienen los primeros pasos, vacilantes, pero constantes, como el latir de un corazón recién nacido. Esperas, expectante, y entonces viene la explosión. La batería de azota los tímpanos, y en el fondo sabes (ya lo creo que lo sabes) que lo bueno no ha hecho más que empezar.
La guitarra dá su primer alarido. Y la batería no ha dejado de sonar. El vello del hemisferio izquierdo de tu cabeza está de punta, y vibras como nunca lo has hecho. ¿Por qué? ¿Qué puede explicar este subidón de adrenalina, de endorfinas, de química que antes desconocías?
La electricidad. La jodida electricidad.
Intentas mantenerte frío, hacer como que no es algo tan importante. Sólo es música. Música enlatada. Pero no lo es. No puedes evitar que te atraviese, como si fueras un condenado a muerte. Espasmos y latigazos sonoros que aceptas con placer masoquista.
Más, piensas, erráticamente, con los ojos en blanco, la boca entreabierta. Dame más o no podré soportarlo. Inúndame con tu ritmo o mátame de una vez.
¿Es tu corazón eso que suena? En realidad te importa poco, porque todo tu cuerpo palpita con los golpes de batería, con el ronroneo del bajo. Te sudan las manos, quieres moverte, pero si te dejas llevar por esa fuerza, no serás capaz de atender bien a ella. Necesitas tener el cerebro concentrado en tus oídos, en registrar cada subida y bajada.
Oh, Dios mío, y ese punteo. Si lo de antes te afectaba, esto te está perforando, y nada te protege.
Estás a la merced del Rock. O te lleva al éxtasis o te destruye. Aunque quizá dé lo mismo una cosa que otra. Tal vez sean iguales. La verdad es que te importa una puta mierda.
Nadie necesita respuestas cuando se tiene esto entre manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario