Cojo una entre mis manos y la miro atentamente. Está fría y algo húmeda, pero cuando la cojo con más fuerza se resquebraja. Es extraño que no huela a metal. Más bien tiene el aroma de la tierra y de la lluvia, de las castañas asadas y los días más cortos.
¿Podré comprar algo con esta moneda rota? ¿Por qué me la cambiarían? Aunque, como está partida, quizá haya perdido el poco valor que tenía.
Miro al cielo, gris marengo, y sonrío porque las monedas amarillas hacen un contraste muy hermoso. Parece que mis ojos se han llenado de motas, como cuando te levantas deprisa los días de mucho calor. Sigo viéndolas a pesar de tener los párpados cerrados. Chiribitas doradas.
De una casa cercana suena una canción de Edit Piaf, y la sonrisa me trepa al rostro de nuevo, porque queda maravillosamente bien todo junto: el frío, el cielo oscuro, el confetti dorado y la voz temblorosa de la cantante.
Me sumerjo en mi bufanda roja y muevo los dedos de la mano izquierda dentro del bolsillo. Espero a que la canción termine, pero ésta es estrangulada por un estruendo desagradable porveniente de un coche. Le dirijo una mirada indignada, ceño fruncido incluído, y decido marcharme antes de que mi idílica visión se desvanezca.
Demasiado tarde. El espejismo se rompe y tiro disgustada la hoja seca que sostenía en la palma de mi mano.
1 comentario:
Hola florde! vaya nombre más super feliz. He leído lo que has escrito en mi modesto pero feliz blog. ¡No conocía a la tercera hermana! Vaya madre más fructífera, Jo Mum. He leído también tu blog, osea, y no entiendo nada, pero se nota que eres supermega txatxi, o que lo intentas. ¡vivan las pestañas postizas!
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